“Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega”
Juan. IV; 36
Alguna vez en vida nos hemos preguntado si nos salvaremos ante este inminente acontecimiento, profetizado por todos los mensajeros del mundo y de seguro nos hemos contestado en silencio, soy bastante pecador para salvarme ante este castigo.
La humanidad de este mundo pretende salvarse tal cual como aparentan ser, aunque me corresponde decir que nada de lo que es, pudiera ser sin el sustento de lo real que es el espíritu encarnado a través de su esencia en el humano cuerpo, con esto quiero dejar claro que aquello que no es real, desaparecerá por simple ley natural.
El Espíritu no lo tenemos encarnado, tan sólo su esencia, y es ésta propiedad de él. Algunos presuponen que hablar de la persona física es hablar de su conciencia, su esencia y a veces hasta del espíritu de ella, mas lo cierto es que el espíritu y sus derivados son lo real, o imperecedero, lo que nunca cambia, lo que no tiene matices de ningún tipo, y es ésto lo que se salva, porque lo accesorio debe purificarse por el mismo fuego del espíritu universal.
Ciertamente el día del juicio final, el ser se encargara de absorber su esencia lo único que le pertenece, así como en el principio insuflo la divina esencia en la materia, así mismo retomara lo suyo el día del cataclismo.
Interpretaciones ante este universal evento, hemos escuchado muchas desde niños, distintas de acuerdo a las diferentes civilizaciones que han atravesado el planeta, cada cultura, lugar, raza, historia, religión han tenido su interpretación particular de la última etapa de la evolución de la raza. Así como también existe un principio, un génesis en todas ellas, existe también el fin de la etapa cumbre de la civilización.
El alfa y omega de los antiguos esta interioramente relacionadas con el microcosmos hombre. No pudiéramos desligar el macro-cosmos y todas las infinitas transformaciones del ser humano, ya que es bien sabido que como es arriba es abajo, en todas las distintas manifestaciones del cosmos.
Igualmente lo que sucede con el hombre, razas, culturas, civilizaciones y tradiciones donde todas tienen su origen, desarrollo y fin, lo mismo sucederá con el planeta y el cosmos, lo que si nunca muere ya que no tiene ni principio ni fin es el espíritu. Éste como todas los manuscritos de orden sagrado nos lo revelan, es imperecedero, inmortal y eminentemente libre. Pero esto no nos explica que en el mundo inmaterial seamos todos igualmente salvos, sino la existencia de niveles y niveles de Ser, conocidas como jerarquías celestes en el lenguaje de los pájaros de los ocultistas.
Todos nos debemos al espíritu, mas no todos tenemos el mismo grado de maestría.
ALBERT E. GEOVO L
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