Fui un muchacho taciturno en el que se presentía ese virus silencioso, que ahora como una metástasis me invade hasta la piel de mis uñas. Es difícil en medio de esta parafernalia, articular coordinadamente una frase tras otras; Tendrás que escucharme no tienes más remedio.
Las palabra van a sobrar, frente a la esfinge que propone el enigma silente, siendo que todo es inútil tengo la sensación de estar frente a un espejo en donde ni siquiera la piel se ve sino mas bien los huesos, es como ser tragado por espejo donde la imagen de uno es de fuera y adentro se está de cuerpo espejante; lo derecho ya no es izquierdo y las letras se pueden leer tal como son; sin embargo ahora extrañamente savia porque había vuelto al pueblo que ahora le ofrecía la oportunidad que jamás se presento. Desde que aborde el bus presentía una extraña sensación que sería distinto.
Entonces parece como si la garganta se hubiera olvidado que una vez tuvo cuerdas vocales que articulaba los pensamientos entre la lengua y los labios, así es de verraca la sensación de mirarte como furioso silenciario. Esta noche tengo ganas de hablar y lo voy hacer así tenga que asumir una actuación doble, aceptando el papel de barítono y el de soprano que es el que a ti te corresponde en esta ópera que podríamos llamar al silencio podrido o de las alharacas hipertrofiada.
Estoy consciente del peligro que esto significa porque como cantar en ese territorio donde el silencio oxida las palabras, donde cualquier frase que se emprende no halla la mas mínima resonancia. Sin embargo vas a tener que escucharme porque no tienes otra alternativa; porque si aceptasteis el papel de mudo en este juego no puedes abandonar impunemente este lugar, porque entonces el exabrupto, los límites de lo lógico, las apariencias no seguirán engañando a nadie.
Pero el principio de los principios es difícil. Uno tiene la sensación de que cualquier comienso es bueno dada la cantidad de comienzos de que se dispone y de pronto sin darse cuenta resulta que ni para escoger un buen comienzo se tiene fuerzas, es decir al punto de partida de la placenta morbosa y cómoda para que nos olvidemos qué nos desvió de nuestro camino hacia el lábero ese desiderátum al que soñamos arribar por esta época de nuestra vida, para tener por lo menos una respuesta de aquellas miles de pregunta que nos hacíamos cuando nuestra juventud rebelde soñaba con durar eternamente y éramos incapaces de imaginarnos los débiles y viejos aceptatarios que somos ahora, los espantapájaros de brazos reblandecidos incapaces de derribar cualquier obstáculo que se interponga entre el camino que nos señalaron y el que nosotros sabíamos obligados para remontar con grandeza el millón de minutos al que tenemos derecho.
Porque no recordar tus advertencia “no aceptes la compañía de esos animales” “no te juegues la fuerza que vas a necesitar después de ese barrizal” (te referías a la vida licenciosa de dispendio que una época viví) y repetías incesantemente que yo iba a terminar mal, en la que no se abocetaba ni pizca de salvación y tenias razón, pero yo era incapaz de comprender la trascendencia de tus asertos y aquí estoy, tal como tú lo presentías, culpable de cambiar láberos por enredos, paraísos por barrizales, ahora te entiendo y también entiendo la razón de tu silencio y también entiendo como ya el regreso victorioso contra el minotauro ¿ no lo sé.
Lo que sí sé, es que éste cada vez mayor imbecilismo que me hunde en la incomprensibilidad de lo inteligible o si prefieres en digestión de lo digerible, es el castigo por haber aceptado el fácil roll en el que claudique y que me relego a la medianía de las segundas partes, medianía que en vano intente disfrazar con autoengaños tales como el de amante o grafomaníaco, tratando de encontrar los sucedáneos de una realidad inaceptable desde la perspectiva laberesca-paradisiaca intente ser escritor, tu sabes lo que es pasarse las noches y los días vacío de ideas, sin poder parir una pagina porque no tiene las armas necesarias, esa que la mujer empuña para expulsar de si ese vicho que le carcome las entrañas y que al final vamos hacer nosotros varados en el fango de la carencia de todo valor, d toda idea, de toda creación?
Tú sabes lo que es entusiasmarse con el sueño de plasmar tu confusa concepción del mundo, tener ganas de páginas en blanco, llegar hasta ellas y quedarse allí paralizado con la certeza de que no tienes nada que decir y entonces entumecerse con esa misma parálisis que tú tienes ahora.
Pareciera que demonios son los que producen dentro de ti aquel estado, esos demonios repletos de contradicciones que son las palabras de las frases, las frases de las páginas, las páginas de los libros que a su vez se deshacen en resbalosas contradicciones.
En última instancia tú sabrás que ese intento de plasmar un mundo ajeno a nuestras carencias son el resultado del desasosiego que nos produce el intuir que no son demonios los virus responsables de nuestro escepticismo ¡ son ángeles! Ángeles de la guardia, ángeles expulsores del paraíso, ángeles con parlantes que anuncian y prometen paraísos nunca cumplidos, ángeles tan angelicales que al contrario de lo que pudiera pasar con los demonios, estamos imposibilitados para expulsarlos de nosotros con exorcismos artísticos como “yo” o con sortilegios académicos como tú, porque se esta tan cómodo con ellos con su actividad de paliativo de la inconformidad, de antiflogístico de la hinchazón que nos produce el llevar cada mañana una mañana, cada medio día un medio día, cada tarde una tarde.
Olvidamos que detrás de todo esos hay una hermosa noche, una noche como un parto doloroso en donde tal vez se puede hallar la luz que alumbre nuestro camino hacia el lábero para que jamás aprehenderemos sino eyectamos de nosotros esos monstruos barrigones y con alas que oscurecen los senderos, los atajos, las trochas, las riveras.
Así el rebaño del arribismo camina de azaña en azaña, mas sueldo, mejor ganancia, un par de niños los más hermosos del mundo, un perro con mas pedigrí que sus dueños y un carro mejor cuidado que sus cuerpos, una jaula con dos pájaros, una madre enterrada en el mejor cementerio debajo de una lapida brillante para ocultar lo opaco de su existencia abnegada y un padre que se enorgullece que su hijo luzca un prontuario honorable.
Entonces para que hablar de láberos, si había caído de nalgas en el ascensor de la burguesía. Pero yo te pregunto ¿estás tan horrorosamente vivo, tan inconsciente de que no nos estamos alejando de nuestro objetivo como en aquella época estuve caminante equivocado dirigiéndome a la rivera opuesta, aquella del entresiéntesequesetoma? Tráeme las pantuflas mi amor, todo está muy caro, hay que pagar el alquiler, hay que ahorrar, los niños no tienen zapatos, habrá que comprarles unos, tu deberías comprar media docena de corbatas.
El indolente D.T., cedía cada vez más, caía como un epiléptico detrás de una sonrisa, ante un par de tacones para hundirse en el ansia soterrada de conquistar un lugar honroso en la sociedad, con apartamento de propiedad horizontal, esposa cumplidora de su deber, hijos bellísimos, cortinas, alfombras, pájaros, caballos de carreras, cuotas a pagar y mi lábero lejano que hacía supurar mi conciencia que me gritaba olvidos y renegaba de haber sido presentido por este borrego de zapatos lustrosos que era yo en esa época.
El lábero perdido, el mamotreto olvidado por buscar detrás de unas enaguas mediocres lo que no iba a encontrar nunca, jamás, nada tampoco, entonces llegamos al problema fundamental; si nos vamos a poner serios como corresponde, las bolas hinchadas o el aire de las operas de Wagner y entonces a la seriedad paso de vencedores.
Acudamos al baúl de las seriedades y vistamos el anquilosado flux negro como lo han hecho nuestros politiqueros con delirios de grandeza coronada por una hipotética rama de olivo sobre sus mediocres testas o como lo hacen nuestros pintamonas, chupaversos mamotretistas y escultores que han dejado a tras su olor a seriedad una estela de anáglifos pendientes de nuestros museos, parque y bibliotecas, así que frunzamos el entrecejo y adelante. Jamás idea alguna por profunda que fuese ni ningún credo político, moral o filosófico llego a perturbar mi mediocridad, ni ninguna mujer me gusto hasta el punto de enloquecerme o llorar por ella. Y cuanto me hubiera gustado que eso hubiera acontecido en mí.
Tal vez hubiese sido una salida o mejor una caída en cuyo final estuviera al golpe que me hiciera ver a tiempo el triste final al que estaba reducido. Porque que es lo que puedo mostrar de haber estado en la vida, este triste resbalón que me ha dejado apenas un chichon en la frente. El chichon de la comedia mediocre que me impedía degustar una comida con verdadero placer, pero de la que hablaba como un gran gourmet cuando se trataba de opinar de comidas. El chichon que la insensibilidad que en mi piel se abrieran las grietas espacios temporales que la música abre a las almas sensibles, destruí y repetí esquemas en la que ensalzaba a los genios sordos, a los enfant terribles del pentagrama y apabulle con mi avinagrada locuacidad a los músicos con orejeras.
Finalmente como una prueba más de mi falaz esencia teorizaba sobre el amor sin haber sentido por nadie el mayor asomo de afecto y romantimascaba al oído de vírgenes y viudas los desperdicios de mi ruindad. Y ahora cuando es demasiado tarde para reemprender el camino, cuanto añoro aquellos momentos no vividos, cuanto deseo que siquiera por una vez una chispa de sinceridad viniera a mí para desgajarme verdaderamente en los albañales del arte, cuanto ansío que mi pecho tiemble, como una muchachita impúber ante la perspectiva de un te amo.
Cuanto araño dentro de mi buscando la curda que al tirarla me permita conmover los alzos cimientos endurecidos con tanta inautenticidad, tanto absurdo complejo, tanto ridículo temor; pero estamos irremisiblemente podridos. El escepticismo fue nuestro biberón y el descreimiento la mortaja que fuimos preparando a lo largo de nuestras vidas para llegar a lo que ahora somos, hinchados de fingimiento hidrópico de meter las narices entre tanta ignominia de aparentar lo que no somos, fatigados de perseguir lo que no hemos alcanzado y con un trozo de manira y putieda soledad en nuestras manos como resultado del equívoco que significa nuestra vida.
Yo creí y he aquí el problema de creer que se cree, que se podrían mesclar impunemente los caminos hacia el lábero con encrucijadas sentimentaloides o que por lo menos esa posible búsqueda binaria y el resultado fue la trampa en la que me encontré atrapado por perseguir las huellas de las sonrisas pudibundas de hierofantes apócrifas atraídas quizás por mi inquietud o por la equivocación de mi búsqueda que me hacía aparecer como un Orestes huérfano de Erinias.
Pero ahora me doy cuenta de que cuando creemos ser perseguidores estamos siendo perseguidos y que las trampas que hayamos en nuestro camino para impedirnos llegar hasta las paredes del lábero no las colocamos nosotros mismos sin derecho a declararnos inocentes o culpables por lo que suceda después, lo que quiero decir sin ir mas allá de mis palabras de ahí en adelante que toda especulación no sería más que física y pura mierda.
Entonces, el “coro de izquierdas” levantarían sus rosadas voces y gritarían: idealista, desviado, porque ellos creen en su propias formulas teorizantes de botiquín. ¡Maniqueos! ¿Pero qué hago yo discurriendo sobre el tópico que ni me va ni me vienen? Al final la revolución la llevaran a cabo la revolución aquellas almas puras capaces de pasar por encima de la veneración manico-religiosa, por el viejo camarada y el viejo anarquista con lo que estos gusanos corroen el queso del oportunismo y santiguan sus actos pretendidamente revolucionarios.
Aquellas almas seguras serenas, dignas, convencida de que el mundo es susceptibles de mejoras y que en pos de esos objetivos a largo plazo no se detengan para hacer uso de la maldad mediata que les permita hacer tan asesinos como sus enemigos al que combaten para que no acabe como nosotros románticos viscerales que jugamos ingenuamente a honesto antes de tomar el poder y nos quedamos con los crespos de nuestras victorias preparados para bailar en esas fiestas a la que ya nunca seremos invitados, y devenir en estos mamarrachos extravagantes y cargados de duda inválidos para la metástasis del individualicalismo y corroídos por la derrota.
¿Que nos garantiza esa utópica esperanza que como toda las utopías se desarrollan brillantemente en la teoría pero en la hora de la praxis nos cortaran la cabeza para dar paso al hombre nuevo en la nueva concepción del mundo? Y por otra parte cual hombre nuevo pregunto yo. Si el hombre nace arrugado y cabezón y renacuajea toda la vida atado por el pescuezo como un mono con diarrea. Con la diarrea de la cotidianidad.
¿Hombre nuevo?
¿Hombre Libre?
El hombre arrastra consigo una cadena umbilical desde que salió del mar o desde que fue creado por el soplo del divino mono y se mueve con dos patas en dirección de ese puerto en ruina que es la muerte y solo allí ¡oh gran paradoja! Comienza hacer libre, hacer nuevo de verdad.
Mata Negra 13 de Enero de 2,010.
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